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ROCK AL PARQUE UNA FIESTA: Bogotá rugió con metal, punk, psicodelia y resistencia sonora

 Por: Diana Rodríguez 

21, 22 y 23 de junio de 2025. Tres días, más de 60 bandas, una ciudad encendida. Las montañas de Bogotá no retumbaron: gritaron. El festival, aún sin nombre oficial entre los mitos urbanos, se convirtió en un grito continental, en un llamado brutal al alma y a la historia subterránea de la música iberoamericana y mundial.

Entre cerros y graffitis, entre pogos y rituales chamánicos con distorsión de fondo, se dieron cita leyendas y emergentes, lo experimental, lo tribal y la furia . Fue más que un cartel: fue un manifiesto.

                                             

                                                                                                                         Cámara de J.W Rivera

Desde Argentina, A.N.I.M.A.L. y El Mató a un Policía Motorizado llegaron como viejos profetas de un continente que sabe sufrir pero también sabe cantar. Los primeros con su crossover brutal, lanzando puños al sistema desde los noventa; los segundos, flotando entre lo melancólico y lo eléctrico, como si Spinetta hubiera crecido escuchando a Sonic Youth.

Los Cafres pusieron a bailar al público con ese reggae de arrabal que ya es patrimonio sonoro de Sudamérica, y Silvestre y La Naranja demostraron que la psicodelia también puede ser elegante.

Desde México, Allison, Cemican, Descartes a Kant, Desierto Drive, El Gran Silencio y Los de Abajo armaron un bloque sonoro imposible de ignorar. Hardcore emocional, metal prehispánico, math rock teatral, pop-rock eléctrico, cumbia industrial y ska revolucionario. ¿Quién dijo que México solo exporta rancheras?

 

                                                                           Cámara de J.W Rivera

Desde el sur austral, Animales Exóticos Desamparados y Mawiza trajeron la rabia chilena en clave de postpunk y raíces mapuche amplificadas.

                                                                                                                                                                          Foto de  J.W Rivera

 Desde Austria, los impíos Belphegor desataron el caos con su black/death metal ceremonial: cuerpos en trance, cuernos en alto, mosh pits en el asfalto. España vino con munición diversa: Bala, la dupla femenina de sludge gallego que demuele todo a su paso; Hermana Furia, con su funk-metal contestatario; Parabellum, clásicos del punk vasco que siguen escupiendo verdades incómodas; y los indescriptibles Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, que demostraron que el “kinkidelia” no solo es un género, es una dimensión.

Francia trajo a Carmen Sea, y su math rock instrumental se sintió como ver a Godspeed You! Black Emperor tocando en una ópera industrial. De Suecia, los brutales Dismember, pioneros del death metal escandinavo, con un set que se sintió como una guerra de hachas en medio de una nevada.

Desde Brasil, los incombustibles Black Pantera y The Monic dejaron claro que el rock afro y femenino están más vivos que nunca. Canadá soltó a Comeback Kid, que hizo estallar a los asistentes con su hardcore melódico.

Estados Unidos trajo dos pesos pesados: Hirax, con su thrash crossover directo desde los ochenta, y los legendarios Madball, que barrieron el suelo con riffs y actitud neoyorquina.

Y desde Panamá, Los Rabanes prendieron la fiesta con su ska-core caribeño, un respiro alegre entre tanta distorsión.

Desde el Valle del Cauca llegó fuego: Rain of Fire desde Tuluá con su metalcore demoledor, Rex Marte desde Cali con su sonido progresivo sideral. De Circasia, Somer trajo la melancolía andina con una distorsión que acaricia.

                                        

                                                                                                                              Fotografias de  J.W Rivera

Don Tetto y La Derecha representaron a Bogotá con clase y peso: uno con su pop punk que no ha envejecido ni un día, y la otra, con esa herencia ochentera que aún resuena en los muros del centro. Grito, Reencarnación y Tenebrarum mostraron por qué Medellín sigue siendo una capital del metal latinoamericano, mientras Polikarpa y sus Viciosas convirtieron el escenario en una trinchera feminista, punk y visceral.

Pero el verdadero corazón del festival estuvo en los artistas distritales. Apolo 7, Buha 2030, Chimó Psicodélico, Herejía, Metal Sevicia, Urdaneta, Keep The Rage, Piel Camaleón, entre otros, demostraron que Bogotá es más que una ciudad: es un ecosistema musical en ebullición.

Piangua, con su fusión de marimba del Pacífico y noise; Okinawa Bullets, mezclando anime, punk y chicha; Sin Pudor y Sin Nadie al Mando, como gritos de barrios marginales con forma de canción.

La tarima no fue solo una plataforma. Fue una barricada, un altar, un espejo. Entre la neblina andina y el humo de las fritangas, entre cerveza tibia y pancartas con mensajes políticos, este festival fue la constatación de que el arte sigue siendo trinchera, abrazo y exorcismo.

En tres días, Bogotá se convirtió en el corazón palpitante de una contracultura que se niega a morir, que no se rinde ni ante algoritmos ni ante reguetones desechables.

Más escenarios, más regiones, más voces subterráneas. Que este sea el primer capítulo de una saga necesaria. Porque lo que ocurrió el 21, 22 y 23 de junio de 2025 en Bogotá no fue un simple concierto: fue historia. Y nosotros estuvimos ahí.

Albúm: Fotografías: J.W.Rivera.