Colombia herida se mira en el espejo: Gloria Díaz exige justicia por Miguel Uribe.

 Por Diana Rodríguez


          Img. https://www.senado.gov.co/index.php/el-senado/noticias/6739-quien-fue-miguel-uribe-turbay-semblanza-del-senador-mas-votado-del-congreso

En la fría mañana del 11 agosto en Colombia, amaneció con un silencio extraño, como si las calles supieran que una de sus voces jóvenes había sido apagada para siempre. Miguel Uribe Turbay, hijo y nieto de una historia atravesada por la violencia política, murió dos meses después de aquel atentado que lo dejó en un frágil equilibrio entre la esperanza y la fatalidad.

No era un hombre cualquiera. Llevaba en la sangre el peso de un apellido que ha caminado por los pasillos del poder, pero también por las sombras del dolor. Nieto de un expresidente, hijo de Diana Turbay, periodista asesinada en el fuego cruzado de un rescate que no logró salvarla, Miguel había decidido que la política sería su forma de resistir, no de vengar. Lo dijo alguna vez: “Pude haber crecido buscando venganza, pero decidí hacer lo correcto: perdonar, pero nunca olvidar”.

Aquel 7 de junio, bajo el sol de un parque en el occidente de Bogotá, la política volvió a mancharse de pólvora. Tres disparos, dos en la cabeza y uno en la pierna, sellaron el capítulo más cruel de una contienda que apenas comenzaba. Y, sin embargo, durante semanas el país se aferró a la posibilidad que “Miguel sobreviviera”, como si su vida pudiera ser el símbolo de que esa Colombia violenta, al fin, había aprendido a resistir sin matar.

En una penumbra que pesa en el corazón, hay que reconocer que no fue así. La noticia de su deceso golpeó con la fuerza de un déjà vu. El eco de los años ochenta y noventa cuando Galán, Jaramillo, Pizarro, Pardo Leal y Gómez Hurtado fueron arrancados de la vida pública volvió a resonar. Miguel, como ellos, muere siendo opositor, muere en campaña, muere reclamando un país donde las ideas puedan pelear sin que las balas decidan el resultado.

En Medellín, durante la “Marcha Silenciosa” de junio, una mujer levantó la bandera nacional con una dignidad que parecía contener todas las lágrimas. Esa imagen, congelada en el lente de un fotógrafo, resume lo que Colombia perdió: no solo un candidato, no solo un senador, sino la ilusión de que un relevo generacional pudiera escribir un capítulo político sin mártires.

El presidente Gustavo Petro habló de la vida como eje de su gobierno, pidió que la investigación tuviera apoyo internacional y clamó: “No es la venganza el camino de Colombia. No más”. Pero más allá de discursos, la pregunta se instala en el corazón de la nación: ¿acaso estamos condenados a repetirnos?

Así mismo, la líder política Gloria Díaz se sumó a las voces de luto y de indignación. En un comunicado que combinó dolor y firmeza, describió a Miguel como un “joven brillante” y un “ejemplo de vida”, recordándolo no solo como un político, sino como un amigo y un ser humano íntegro.

                                                                      Cortesía Gloria Diaz.

“Hoy Colombia está de luto afirmó Díaz. Despedimos a un joven brillante, a un amigo, a un ser humano que comprometió su vida con el servicio público y con la tarea política de manera íntegra y digna. Y ese fue Miguel Uribe”.

Con un mensaje cargado de empatía, envió un sentido pésame a su esposa, sus padres, su hermana, sus hijos y todos sus seres queridos: “Lo conocieron como aquel hombre carismático, ejemplo de vida, especialmente en su hogar”. Pero su pronunciamiento fue también un llamado a la acción. Exigió al Estado colombiano dar una respuesta contundente ante lo que calificó como un magnicidio, advirtiendo que la violencia política no puede seguir robando vidas ni condenando al país a la inviabilidad: “Que exista justicia para que esta tragedia no se repita”.

Publicar un comentario

Artículo Anterior Artículo Siguiente

Recent in Technology