Por: Diana Rodríguez
Bogotá amaneció entre nubes y anuncios. En solemne auditorio del Gimnasio Moderno, la tecnología desplegó su propio altar: luces frías, pantallas inmensas y una voz de fondo que hablaba de futuro, salud y conexión. Huawei volvía a tomar la palabra, esta vez no para hablar del teléfono que todo lo sabe, sino del reloj que escucha el cuerpo.
El escenario
olía a innovación, pero también a espectáculo. Los presentadores, impecables,
describían los nuevos relojes inteligentes como si fueran oráculos del
bienestar. “Monitorean el sueño, la respiración, la frecuencia cardiaca…
acompañan al deportista profesional y al aficionado que corre por instinto”,
decían. Los asistentes asentían, algunos grababan, otros ya medían su propio
pulso, como si el futuro empezara en su muñeca.
Entre aplausos se habló también de los celulares de última generación, cámaras que ya no solo capturan la realidad, sino que la reconstruyen, pantallas que prometen eliminar los límites entre lo humano y lo digital. Huawei no presentó productos, presentó una narrativa: la del cuerpo vigilado, eficiente, saludable, siempre disponible.
Entrevista:
SANTIAGO
BOTERO (ciclista profesional)- Invitado especial “No se trata solo de tecnología, sino de
bienestar, de equilibrio entre la persona y el entorno.” Y tenía razón. Pero
en el fondo, esa palabra, equilibrio, sonaba como un eco difícil: ¿puede
haber equilibrio entre lo humano y lo programado?. - Sí y si tu te accidentas envia una alarma al contarto de emergencia para que te puedan encontrar y auxiliar lo más pronto posible , facilitando la busqueda en caso de estar en peligro.
En el Gimnasio Moderno todo parecía sincronizado: luces, discursos, demostraciones. Era un rito de precisión, donde el cuerpo se vuelve dato y la experiencia se traduce en notificación. Los relojes prometían conocernos mejor, pero quizás el verdadero reto sea recordar quiénes somos cuando el reloj no vibra.
Huawei
presentó su revolución silenciosa: tecnología que acompaña, que mide, que
aconseja. Desde Queimada Radio la miramos de frente, con respeto, pero sin
rendición. Porque el progreso también necesita crítica, y la innovación sin
conciencia termina midiendo todo menos lo esencial: la humanidad que aún late
fuera de la señal.



